Vaya, parece que eso de tener hijos y mantener una familia te aleja un poco de tus aficiones. En este caso de la afición de escribir algo, porque lo de los videojuegos parece que no hay manera de que lo deje. A veces pienso que debería haberme aficionado a algo más productivo o útil pero entonces estaría trabajando en ello y me daría asquito.
Pero bueno, el caso es que ahora los géneros a los que dedico mis horas han pivotado. Los juegos de gestión y estrategia por turnos se fueron, mientras que los cooperativos tomaron mando en plaza. A estas alturas he perdido la cuenta de juegos de Lego que he completado a dúo (o trío) con mi familia, además de musous (Omega Factory, volved a meter la pantalla partida o prometo ir a vuestras oficinas a quejarme apretando el puñito muy fuerte) plataformas, beat’em ups y, últimamente, survivals varios. Y la verdad es que no me quejo. Teniendo en cuenta la cantidad de esfuerzo que requiere hacer un juego cooperativo que funcione y donde uno de los jugadores no sea un mero espectador la mitad del tiempo, he encontrado bastantes cosas para pasar el rato. Pero esto ya va tocando a su fin.
Como progenitor me veo en la obligación de formar a mi hija en todas las disciplinas, lo cual quiere decir que ya es hora de que vuele sola y empiece a descubrir dos cosas: que juegos le gustan y que le quedan muchas sopas para ganar a papá.
«Hala, que cabrón. Ya podrás con una niña de ocho años»
Pues no siempre. Resulta que la jodía no lo hace mal en los juegos de lucha, defendiéndose con uñas y dientes en los que puede usar la famosa técnica de «la batidora» (Marvel vs Capcom 3, Tekken, SoulCalibur,…) Tambien, a base de Pokémon, empieza moverse en los JRPG mejor que su anciano padre. Y con el Stardew Valley está cogiendo soltura en eso de saber qué recursos interesan más y como gestionar tareas.
Así que ya veis, las nuevas generaciones vienen fuerte. Espero que haber comprado dos Joycon más y el Mario Party no acabe con esta familia. Los coop han muerto, viva el versus.